jueves, 10 de diciembre de 2015
TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS EN EL SANTUARIO IBÉRICO DEL PAJARILLO, HUELMA 1994
El yacimiento se encuentra situado en la margen izquierda del Jandulilla, a unos 100 metros del río, y en un cerrillo de escasa altitud (840 metros) con respecto al entorno inmediato. Controla el paso obligado entre el Alto Guadalquivir y las hoyas granadinas de Guadix y Baza.
Las primeras noticias de este yacimiento las dio Camilo Amaro en 1945, tras el hallazgo casual de lo que él denominó construcción de carácter funerario ibérica: piedras grandes labradas, trozos de cerámica y una escultura de piedra (tronco y cabeza) que representaba a un animal mitológico (un felino con cabeza de dragón) que consideró similar a la Bicha de Bazalote (Albacete) (AMARO, C., 1945). Se trataba de un león acéfalo y parte de una cabeza de grifo, que aún se conservan en el Museo Provincial de Jaén; posteriormente, han sido objeto de estudio por parte de la Dra. Chapa Brunet (CHAPA BRUNET, T., 1980)
No sería hasta 1991 que el sitio fue revisitado, ya dentro de una actuación arqueológica sistemática y de carácter científico (QUESADA QUESADA, T., MOTOS GUIRAO, E., 1993), como es una prospección. En ella, aparecieron restos arqueológicos muy deteriorados por una roturación reciente seguida de la plantación de almendros. A parte de la destrucción propiciada por estas labores agrícolas, había también evidencias de expolio con movimientos de tierra, destinados, al parecer a la búsqueda de elementos de cierta monumentalidad. Fruto de esta destrucción son las abundantes piedras de diferente tamaño (desde ciclópeas a medianas y pequeñas), algunas de ellas trabajadas, amontonadas junto al yacimiento y que era evidente debían de formar parte de algún muro u otro elemento constructivo de gran entidad. A parte de restos cerámicos ibéricos, situados sobre todo en las laderas, se encontraron fragmentos cerámicos medievales, parte de ellos concentrados en la cumbre del cerro, que había sufrido grave daño por los desmontes. Dentro de la cerámica medieval se destacaban dos fragmentos de cuerda seca decorada con elipsoides en verde, y una piquera de un candil vidriado, de cuerpo troncocónico invertido y cuello cilíndrico estrecho y alto.
A principios de 1993, D. José Sánchez García -propietario del Cortijo El Pajarillo-, mientras realizaba trabajos agrícolas, encontró dos grandes elementos escultóricos: un león acéfalo y una figura humana, también acéfala, armada con falcata y en posición defensiva. El propietario dio parte del hallazgo al Ayuntamiento de Huelma, y éste se puso en comunicación con la Delegación Provincial de Cultura de Jaén. Tras una visita al yacimiento por parte de especialistas, a comienzos de Febrero se depositan las dos piezas en el Museo Arqueológico de Jaén. La importancia que mostraban los restos arqueológicos motivó, a mediados de ese mismo mes, la gestión de una excavación de urgencia enmarcada dentro de los proyectos de investigación de la Cultura Ibérica: "Poblamiento Ibérico en la Campiña de Jaén" y "Poblamiento Ibérico en el Valle del Guadiana Menor", desarrollados por las áreas de Arqueología y Prehistoria del Departamento de Territorio y Patrimonio Histórico, de la Universidad de Jaén y por las de la Universidad Complutense de Madrid. Los trabajos arqueológicos darían comienzo en marzo de 1994, dirigidos por los Drs. Manuel Molinos Molinos, Arturo Ruiz Rodríguez, Teresa Chapa Brunet y Juan Pereira Sieso, subvencionados por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
El yacimiento ocupa una superficie de aproximadamente 5 hectáreas. Está formado por cuatro elevaciones (tres domos y una meseta) que sobresalen del resto de las alturas del entorno inmediato entre 40 y 50 metros. Las labores agrícolas y la construcción de una balsa, una piscina y un depósito, además de las actividades de los expoliadores, han deteriorado notablemente las estructuras y alterado el registro arqueológico.
Dado su carácter de urgencia, el planteamiento de la excavación estableció como primer objetivo fijar la secuencia completa del asentamiento. Sin embargo, dada la importancia del hallazgo de las esculturas, serán éstas las que determinen en buena parte la metodología de los trabajos realizados. En relación a esto, hay que decir que, a diferencia de otras localizaciones de conjuntos escultóricos (por ejemplo, el de Cerrillo Blanco de Porcuna), en el caso de El Pajarillo, éstas aparecen perfectamente contextualizadas, por lo que la excavación se orientó en un primer momento a documentar estratigráficamente su posición y a definir su contexto.
Inicialmente, y en congruencia con estos objetivos, se plantearán dos grandes cortes, uno que incluía la fosa donde habían aparecido las esculturas y otro, perpendicular a éste, destinado a establecer la secuencia histórica completa. En este último corte apareció durante los primeros días de excavación un importante conjunto escultórico asociado a unas estructuras, lo que posibilitó la definición tipológica del yacimiento, presentándose como muy novedosa.
Posteriormente, estos dos grandes cortes serían ampliados en otros dos, siguiendo la definición espacial de las estructuras aparecidas, que obligaba a excavar en extensión. Ello permitió dejar al descubierto una amplia superficie del asentamiento ibérico. Para fijar la secuencia general también se trazaron dos transects perpendiculares entre sí.
Paralelamente a la excavación, también se desarrollarían trabajos de prospección. Se procedió a una intervención sistemática para definir el poblamiento del entorno de El Pajarillo, así como una prospección microespacial dentro del propio yacimiento. Con ello se facilitaría también la delimitación administrativa del yacimiento como Zona Arqueológica, tanto para su catalogación como B.I.C., como para fijar los criterios de protección.
En cuanto a la descripción de las estructuras halladas en el curso de la excavación, vemos como su zona exterior queda definida como un enorme lienzo de piedra de 80 metros de largo por 8 de ancho, con una estructura de acceso en su sector Norte. Destaca su perfección técnica y su homogeneidad. Unas pequeñas escaleras dan acceso a un corredor delantero o podium que desemboca en otras escaleras de mayores dimensiones, que, en origen estaban flanqueadas por dos leones. Esta combinación escaleras-podium compone el sistema de acceso al interior. El resto del conjunto escultórico se situaría en lo alto de una torre recubierta de barro, ubicada en la zona central. Las esculturas representan a un lobo, un guerrero, dos grifos, un muchacho joven y un carnívoro, componiendo una escena que representa la heroización de un aristócrata ibérico.
En el interior de la estructura se localizaron tres habitaciones, siendo excavadas dos. Se conectaban a través de un pasillo; su ejecución técnica es bastante buena. De dimensiones similares (4,5 x 2,25 metros), el pasillo que las comunicaba tenía 1,70 metros de largo por 1 metro de ancho.
En la parte trasera de la estructura se documentaron aterrazamientos y muros destinados posiblemente a la contención del terreno. También en la parte delantera existía un sistema parecido destinado a parar la subida del agua del río cuando éste se desbordaba.
Es destacable el hecho demostrado mediante los análisis químicos del fósforo y de la materia orgánica recogidos en muestras de tierra, de que precisamente en la zona exterior de las estructuras, justo delante del podium y bajo el conjunto escultórico, se documentaron los mayores niveles de actividad, posiblemente asociada a ceremonias rituales (SÁNCHEZ VIZCAÍNO, A., CAÑABATE GUERRERO, Mª L., 1999).
En cuanto a la cronología constatada, la fase principal de ocupación sería en época ibérica (siglo IV a. C.), produciéndose, posteriormente otros dos momentos de ocupación: en época romana (con dos fases diferenciadas: una, entre Augusto y Tiberio y hasta el siglo II d. C., y otra, bajoimperial hasta el siglo V d. C.), y en época medieval, de la que apenas quedan indicios y que se situaría entre los siglos XI y XII.
Las características descritas confieren a este yacimiento un carácter de especificidad respecto al típico asentamiento fortificado (oppidum) característico de la cultura ibérica. Sus estudiosos lo definen como un Santuario Heroico, debido a varios factores. En primer lugar, la forma física de las estructuras (podría decirse que éstas se reducen a una inmensa pared en mitad del campo) le confiere un aspecto de límite físico de un territorio, en este caso conformando su entrada. El territorio delimitado sería el Valle del Jandulilla, pues el monumento se encuentra enclavado geográficamente justo en su cabecera, en un estrechamiento de paso obligado para la comunicación del Alto Guadalquivir con las hoyas de Guadix y Baza.
El núcleo colonizador de este valle sería el oppidum de Úbeda La Vieja, situado en la desembocadura del río Jandulilla, que tras un primer paso, con el establecimiento de La Loma del Perro, culminaría su dominio total del valle con el "cerramiento" del mismo mediante el muro que supone El Pajarillo. De este modo, el territorio quedaría perfectamente delimitado (MOLINOS MOLINOS, M. et al., 1998).
El área de culto del santuario se había definido construyendo un frente fortificado, pero cuya función con toda seguridad no era militar, ya que cuando se alcanzan sus extremos la estructura amurallada se corta bruscamente, permitiendo un acceso fácil al interior y demostrando con ello que sólo era un escenario creado para quienes accedían desde el Sur, es decir, para quienes se aproximaban al valle del río Jandulilla. El monumento, como hemos visto, tiene en su centro una enorme torre cuadrada a la que se accedía por un sistema de escalones y corredores que la rodeaban y la envolvían. Seguramente, en uno de los tramos de ascenso a la parte superior de ésta estuvieron situados dos esculturas de leones. Antes de comenzar a ascender a la citada torre, se situaba la plataforma descrita anteriormente, ubicada inmediatamente delante del monumento, y en la cual los visitantes debieron hacer ofrendas al personaje que desde lo alto de la torre presidía el monumento. Hay que señalar que, para destacar el papel de la torre en el conjunto ésta estaba revestida de tierra, ya que la mampostería exterior era de peor calidad que la del lienzo de la falsa fortificación. Sobre la torre debía situarse gran parte del conjunto escultórico en el que además de animales fantásticos como el grifo y otros personajes, destaca el enfrentamiento entre un héroe y un lobo. Se trata de la representación de un mito que relata la superación de un obstáculo por parte del héroe (RUÍZ RODRÍGUEZ, A., MOLINOS MOLINOS, M., 1999). Representaría pues, la heroización de un aristócrata ibérico, su legitimación como tal mediante la demostración por la fuerza de su superioridad, tanto sobre las fuerzas de la naturaleza, como sobre las sobrenaturales. La escena que representan todas las esculturas, y que legitima al héroe ibérico (en contraposición con la aristocratización característica de la sociedad ibérica anterior a los siglos V-IV a. C.), contiene un fuerte componente de ostentación, pues está ubicada en el lugar más visible del santuario. Esto querría decir que todo el conjunto en sí estaría allí para ser visto, y para que a todo aquel que hiciese el camino entre las tierras del Alto Guadalquivir y las hoyas granadinas le fuera evidente el carácter heroico del aristócrata que dominaba el territorio delimitado en su entrada por el santuario (MOLINOS MOLINOS, M. et al., 1998).
Pero además de la valoración de lo que la escena misma representaba, su carácter de puerta de un curso de agua corrobora que el monumento debió de construirse cuando comenzaba a aumentar significativamente el número de productos griegos en el Valle del Guadalquivir, en los primeros momentos del siglo IV a. C., exactamente los productos cerámicos que con sus contenidos de vinos y perfumes legitimaban las diferencias sociales en el interior de una necrópolis y que podían llegar a marcar también la mayor riqueza de un oppidum sobre otro.
El Valle del Jandulilla, como el del Guadiana Menor o el del Guadalbullón, debieron de ser rutas claves para la entrada de estas mercancías griegas, toda vez que la gran mayoría llegaba a través de Murcia.
El monumento duró cincuenta años; debió abandonarse en el momento en que la caída del mercado de los productos griegos se dejó sentir en la Península Ibérica. No hay que olvidar que hacia el 348 a.C. se firmó un tratado entre Roma y Cartago para hacer el reparto comercial del Mediterráneo, que actuó negativamente sobre las rutas de intercambio existentes.
El monumento del Pajarillo hace referencia a una cuestión política, ya que su definición de puerta para el control económico de una ruta que mueve productos indicadores de poder y la historia heroica narrada que particulariza el monumento con un grupo gentilicio aristocrático, no son sino las circunstancias que definen el camino que las aristocracias emprendieron para construir territorios de tamaño superior a un oppidum. Si su caso falló, no ocurrió igual con los santuarios de Santa Elena y Castellar en Sierra Morena, conocidos por la abundancia de exvotos de bronce depositados como ofrendas en ellos. Los dos centros oretanos con características distintas, pues eran lugares de culto rupestres con una serie de casas dispuestas en la ladera donde se localizaban los puntos de culto, alcanzaron su mayor desarrollo en el siglo III a. C., llegando a convertirse en lugares de encuentro de los oretanos, una nueva etnia surgida del desarrollo de oppida como Oretum en Ciudad Real y Cástulo en el Valle del Guadalimar (RUÍZ RODRÍGUEZ, A., MOLINOS MOLINOS, M., 1999).
Base de datos del Patrimonio Inmueble de Andalucía
Consejería de Cultura
Junta de Andalucía
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